Salimos de Ciudad de Panamá hacia Puerto Lindo en el Caribe. Vamos a embarcarnos en un catamarán para c ruzar a Colombia pasando por unas islas, que nos han dicho que son paradisíacas, las Islas San Blas. Se trata de una travesía de 200 millas (Casi 400 km) por el sur del Caribe. Me hace ilusión, pondré en ejecución mis aprendizajes durante el curso de patrón de yate recreativo. ¡A ver qué tal!
Vuelta a madrugar, tomamos el metro con todo el equipaje, dos buses y un taxi. En tres horas hemos completado100 km más o menos, cada vez nos sentimos más mochileros. Puerto Lindo es un pequeño pueblo de pescadores al fondo de una bahía.
Llegamos con el tiempo nublado, a esta época aquí la llaman invierno aunque el calor para nosotros a veces es sofocante. Pero no es por la temperatura, sino por las lluvias. Suena un trueno y se nos empieza a caer el cielo encima.
¡Vaya ambiente para empezar una travesía! Pero igual que empezó todo súbitamente, paró de llover y volvió a quedar una calurosa tarde.
Paseando por el pueblo nos encontramos al primer cerdo submarinista que hemos visto nunca
También vemos una bandera que nos llama mucho la atención, resulta que no es una esvástica porque está orientada al revés que la de los nazis, y es la bandera de la etnia Kuna, que gobierna su territorio con gran autonomía. Finalmente embarcamos en un dingui (una pequeña zodiac) camino del Santana, el catamarán en el que pasaremos los próximos 5 días. Tres días visitando las islas San Blas y un día y medio de navegación en alta mar hasta Cartagena de Indias.
En el barco nos embarcamos 9 ‘turistas’ de los más variopinto, Billy y Victory de Inglaterra, Saskia que es holandesa residente en Curaçao, Antoinette y Alejandra canadienses, Lars alemán, Aissa suiza y nosotros. También tres tripulantes Eugenio marinero/cocinero que es argentino, Amanda marinera y asistente de cocina, que es venezolana y Jose, colombiano, que es el capitán. En total 12 personas de 8 nacionalidades y ninguna panameña.
La visita a las islas fue una maravilla y el único ‘pero’ es al tiempo, pues varias veces llegábamos con el cielo nublado o muy nublado, pero seguíamos estando muy bien
Durante el trayecto nos visitaban kunas para vender artesanía o pescado.
También nos los encontrábamos en las visitas a las islas.
Llevan una vida sencilla y en general muy pegada a sus costumbres, pero obteniendo dólares con el turismo y con el comercio de sus productos agrícolas y pesqueros. Además cobran una tasa de 20$ a cada turista que visita las islas. Según nos comentaron parte de esos dineros se los quedan sus élites que viven en apartamentos en Ciudad de Panamá. La historia de siempre.
Los kunas tienen una gran autonomía dentro de su territorio. En 1925 tuvo lugar un conflicto armado entre ellos y el ejército Panameño que se sustentaba en el descontento por la pérdida de derechos desde la independencia de Panamá de Colombia en 1903 y que se disparó a causa de la violación de unas jóvenes por dos policías borrachos. En el tratado de paz que se firmó después de unas negociaciones, adquirieron una gran autonomía para gestionar su territorio y recursos, aplicando sus leyes y costumbres, pasando a gobernarse a través de sus congresos locales y comarcal. A cambio aceptaron el desarrollo del sistema escolar oficial.
La vida en el barco fue apacible y agradable.
Buena comida que un día se concretó en langostas compradas a los kunas.
Yo pude practicar los conocimientos de navegación y marinería.
Aunque algunas tormentas se nos acercaron y nos calaron a base de bien.
E hicieron que me mareara hasta echarlo todo. Vaya patrón de yate Pero siempre después de la tempestad viene la calma yen general navegamos sobre aguas tremendamente tranquilas.
En ocasiones se nos posaban una especie de golondrinas en el barco a descansar, es increíble como pueden vivir tan lejos de la costa.
¡Incluso se metían en las dependencias interiores del barco!
Llegando felizmente a Cartagena de Indias el quinto día de madrugada.
Momento en el que nos despedimos del Santana.