Nuestro siguiente destino es el Monte Fujiyama o simplemente Fuji. Aquí todo va a otro ritmo empezando por el tren que te permite llegar al lugar.
Aunque al llegar a la estación de Fujikawaguchiko encontramos otro tren más moderno y más decorado.
Esta vez el alojamiento elegido ha sido un ryokan o casa tradicional japonesa. Todo de madera, las puertas y ventanas deslizantes, la cama es un colchón sobre el suelo y la mesa también, hay que sentarse en el suelo para usarla. Algo incómodo para nuestros huesos occidentales dicen que nosotros sufrimos tanto de la espalda por culpa de los sofás y las sillas, que viviendo en el suelo la espalda se fortalece y duele menos, creo que nosotros ya hemos llegado tarde para disfrutar de sus beneficios.. Encima es ‘relativamente barato’ pero es con el cuarto de baño compartido.
Además como todo ryokan que se precie tiene su Onsen baño público de agua muy caliente (bueno dos baños porque hay el de hombres y el de mujeres) en el que se hace algo de vida social ¡sin nada de ropa! y donde uno se puede relajar.
Hoy hace un día magnífico, y aunque ya es un poco tarde, salimos a dar una vuelta con las bicis gratuitas que tiene el ryokan. Fujikawaguchiko tiene un gran lago que empezamos a rodear. Las vistas del Fuji soberbias.
Enseguida se empezó a poner el sol, bonita luz y mucho frío.
El día siguiente amaneció con agua nieve que se fue convirtiendo en nieve. Teníamos que salir a comer. Así que bicis de nuevo hasta el centro del pueblo ¡qué pereza!
Bueno también eso supone pasar un día tranquilos en la habitación y empezar a ponernos al día, que falta nos hace. Ah y seguir disfrutando del Onsen. Al día siguiente todo blanco, precioso, pero desde el atardecer que vimos a la llegada no hemos vuelto a ver al Fuji. En fin, por lo menos lo hemos visto, a veces se tira una semana entera cubierto y mucha gente no lo ve.
Despedida de nuestro entrañable ryokan y llegada a la estación ¡Nos vamos hacia el sur!